Coltejer, sin aguja y sin telar | EL ESPECTADOR

2023-02-15 16:28:44 By : Ms. Sunny Chen

Ha muerto la principal fábrica textilera que hubo en Colombia en el siglo XX. Hizo parte de un vasto proyecto empresarial de Antioquia que tuvo características particulares, como el ejercicio del “paternalismo”, la alianza con la Iglesia para el control, vigilancia y disciplinamiento de los trabajadores (y, en especial, de las obreras) y la inclusión de técnicas contables, administrativas y científicas de la productividad. Coltejer, que tras una larga agonía acaba de cerrarse para siempre, nació en octubre de 1907, a orillas de la quebrada Santa Elena, en Medellín.

Son muchos los rituales, actividades, imaginarios, procesos y otras facetas de la mentalidad industrial que se extinguen con su desaparición. De las empresas privadas del país, fue la que, en algún momento de la historia, tuvo el mayor número de trabajadores y llegó a ser, en Sudamérica, una de las corporaciones de textiles más importantes. Junto con la primera textilera que hubo en el valle de Aburrá, la Fábrica de Tejidos de Bello (que tuvo otras razones sociales), se caracterizó en un principio porque su mano de obra mayoritaria eran mujeres, muchas de ellas menores de edad.

Las mujeres fueron clave en el desarrollo textil de Antioquia y, además, en ser protagonistas de gestas obreras, como la huelga de 1920 (estrenaron el entonces reciente derecho de huelga en Colombia), en Bello, que visibilizó la figura legendaria de Betsabé Espinal, dirigente de la llamada “huelga de señoritas”. Eran tiempos en que las trabajadoras debían ser vírgenes, y estaban sumidas en las tinieblas del modelo mariano impuesto por la Iglesia, ayudada por los patronatos, como el fundado por los jesuitas en Medellín, en 1912.

La familia Echavarría, cuyo tronco se originó en Barbosa (Alejandro Echavarría Isaza), fundó dos empresas clave de la industria de textiles: Coltejer y Fabricato. Las textileras no solo transformaron el paisaje (apareció una arquitectura de fábricas), sino el urbanismo, el lenguaje (incorporación de nuevas palabras para nombrar máquinas, telas, estampados, lanzaderas, secciones de trabajo, etc.), los rituales citadinos, el transporte (en Medellín, por ejemplo, la creación del tranvía eléctrico tuvo que ver con la movilización de mano de obra) y la presencia de barrios obreros.

Cuando se creó Coltejer, Medellín tenía 50.000 habitantes y era apenas una promesa inimaginable de una industrialización que, más tarde, la erigiría en una urbe de chimeneas fabriles, con corazón de máquina y pulmones de acero, según la visión del profeta Gonzalo Arango; hoy es apenas una villa desindustrializada, empobrecida y en la que los obreros se acabaron hace tiempos. Coltejer, cuyos lemas también insinuaban cierta arrogancia, “el primer nombre en textiles”, definitivamente (esta palabra también era usual en sus comerciales) se murió a casi 116 años de su nacimiento.

En la década de los 40, Medellín, que ya experimentaba desde los 30 una segunda fase de industrialización, era una ciudad atractiva para el mundo. Periodistas estadounidenses y europeos hacían reportajes no solo por las fábricas sino por la nueva arquitectura, las muchachas bonitas y un plan piloto de urbanismo. Era, además, no solo una aldea dedicada a los trabajos y la rezandería, sino la de más alta presencia de zonas de prostitución en Colombia (había nueve, unas muy elegantes, otras para la obrería y estudiantes de menos recursos). Por entonces, se la calificó, en medio de homilías, discursos morales y juntas de censura, como una sucursal de Sodoma y Gomorra.

En los cincuentas, cuando ya la Violencia hacía estragos en Colombia, en Medellín, a la que llegaron miles de expulsados de los campos, las fábricas no daban abasto, tampoco los espacios para planear nuevos barrios. Y aparecieron, en medio de los telares, de siderúrgicas, de zonas bancarias, de fábricas de bebidas y alimentos, en fin, los cordones de miseria. También, la revolución del neón. Era una ciudad de altos contrastes: de tugurios y modernos avisos luminosos. Pero el mayor de todos, sobre las colinas de Enciso, entonces poco o nada habitadas, con enormes letras a lo Hollywood, era el de Coltejer. Se veía de todos los puntos cardinales.

Después advinieron varias catástrofes para las industrias, para los trabajadores, para la “ciudad industrial de Colombia” (también para el resto del país). Distintos gobiernos, desde los 70, desestimularon la producción nacional con sus políticas de sometimiento a poderes extranjeros. El mercado interno, en especial el de textiles, lo allanaron mercancías foráneas, que entraron no solo de contrabando, sino admitidas por la apertura económica, con bajos aranceles, que en los 90 suscribió la partida de defunción de múltiples fábricas y empresas nacionales. Y en esas estamos todavía con los leoninos tratados de libre comercio y una vergonzosa desindustrialización del país. Así que Coltejer (como tantas otras fábricas desaparecidas o a punto de fenecer) es otra víctima de políticas antinacionales, de una ya larga y deshonrosa trayectoria en Colombia.

Donde hubo fábricas, hoy hay centros comerciales, o conjuntos residenciales. En Medellín, casi nada recuerda las industrias; apenas permanece un céntrico rascacielos, más bien esperpéntico, con el nombre de una textilera muerta.